Esto de la confianza es un asunto importante. Es un acto voluntario que responde a una necesidad práctica de poder vivir en sociedad sin estar paranoico. Claro, no es solo algo interesado: en la mayoría de las ocasiones es una elección personal, ética, una forma de estar en el mundo.
Esta semana empiezo intenso. A ver si enderezo esto un poco.
No tengo un método infalible para decidir qué hace que me acabe fiando de alguien, que le otorgue confianza. La intuición juega un papel fundamental en esta decisión, y las primeras impresiones al interactuar con una persona ya nos dan pistas sobre si merece nuestra confianza.
Los científicos describen la intuición como un proceso mental que nos permite tomar decisiones rápidas sin hacer un análisis consciente, una especie de inteligencia silenciosa que surge de nuestra experiencia acumulada. No es un proceso puramente racional: los factores emocionales tienen mucho que decir aquí, aunque no siempre seamos conscientes de ellos. Es como si nuestro cerebro procesara señales sutiles y experiencias previas para darnos una respuesta inmediata sobre si alguien es o no de fiar.
El paso del tiempo afina estas primeras impresiones, me permite comprobar si los actos de una persona realmente corresponden con sus intenciones, más allá de simples promesas. Con algunas personas, este proceso de confianza es más rápido que con otras: a veces siento que puedo confiar en alguien casi instantáneamente, mientras que en otros casos soy más cauteloso y necesito tiempo para confirmar mi decisión, sea cual sea.
Vaya por delante que suelo ser una persona confiada, así, como premisa. Ni idiota ni naíf (con tilde, dice la RAE). En pocas ocasiones alguien me provoca un rechazo tan grande que me ponga en alerta. Tampoco soy un loco que me entrego a la primera, que eso es poco adaptativo. Pero de la confianza ciega hablo luego. Dejadme ahora que diga algo de la desconfianza.
Porque la otra cara de la moneda es esta, la desconfianza. Ay, esa situación en la que nos damos cuenta de que algo huele mal, que alguien no es trigo limpio, un recelo casi intuitivo —otra vez la intuición— ante quien habla y habla, quien dice cosas para camelarte, quien te halaga más de la cuenta, quien no dice una mala palabra ni hace una buena acción.
Y es que la confianza (no podemos ocultarlo) es un acto que nos hace vulnerables, un riesgo existencial. Cuando confiamos en alguien, estamos cediendo parte de nuestro control, exponiendo nuestras debilidades y abriendo la puerta a posibles decepciones. Es como quitarnos una armadura invisible: nos volvemos más auténticos, pero también más frágiles. Esta vulnerabilidad no es necesariamente negativa; de hecho, es la base sobre la que se construyen las relaciones más profundas.
Ojo, que los desconfiados patológicos son insoportables. Son esos que cuando te miran dejan un ojo un poquito más abierto que el otro —esto a veces es imperceptible, pero fijaos—, que lo hacen todo ellos mismos porque si no, según ellos, nadie hace nada bien, que no aceptan una palmada en la espalda ni un café con confesiones. En el mejor de los casos, impasibles, no muestran sus sentimientos, pero tampoco te lo cuentan todo.
Y luego están esos (y esas), los happy flower, que se hacen amiguísimos de todo el mundo a los diez minutos de conocerlos. Los que se entregan sin reservas. Los de la confianza ciega.
La confianza ciega
Seguro que habéis participado en alguna dinámica parecida a estas que os voy a plantear. La primera es la del lazarillo: una persona se venda los ojos mientras alguien desconocido la coge del brazo y comienzan los dos a pasear ejerciendo de guía. El lazarillo debe conducir a su compañero vendado a través de un recorrido, asegurándose de mantener su seguridad. Hay variantes, pero una de las más chulas es cuando el lazarillo «propone» a la persona con los ojos vendados distintos estímulos: tocar objetos con diferente tacto, olerlos, subir escaleras, sortear obstáculos…
Otro juego de confianza extrema es dejarse caer hacia atrás con los ojos vendados confiando en que un grupo de personas lo atraparán y evitarán la caída. Para aumentar gradualmente la confianza, se puede comenzar con caídas cortas y luego incrementar la distancia o incluso la altura, como por ejemplo desde una silla.
Estos juegos representan ejercicios profundos de confianza interpersonal que trascienden el mero entretenimiento. Son metáforas poderosas de cómo funciona la confianza en nuestras relaciones diarias, ya que implican una vulnerabilidad voluntaria donde la persona acepta perder temporalmente el control y tiene fe en las buenas intenciones del otro.
Pero claro, los juegos son una cosa y la vida real otra muy distinta. Aquí estamos seguros, no pasa nada, hay alguien supervisando (a no ser que tenga mucha mala leche). La vida no es así. En la vida real no hay colchonetas ni nadie que te recoja si te caes. Y es ahí, cuando la cosa va en serio, cuando se ve si de verdad has aprendido a confiar.
Pero... ¿qué pasa cuando los demás nos fallan de forma repetida? Porque una vez, vale, podemos dar una segunda oportunidad. Dos es reiteración. Tres es obstinación. Cuatro es epidemia. Si a pesar de todo nos seguimos entregando, tenemos un problema, y a veces nos empeñamos en ver una versión idealizada de esa persona que solo existe en nuestra cabeza. Ignorar las decepciones repetidas de alguien y seguir confiando ciegamente en que cambiará es un error garrafal, pero no tengo claro si esto es peor para esa persona o para nosotros mismos.
📽 Te recomiendo una serie
La confidente (Max)
Y hablando de confianza…
Inspirada en hechos reales, esta miniserie francesa alcanza solo el aprobado, a pesar de su interesante premisa.
La historia sigue a Chris, una parisina apasionada por el rock que se integra en una comunidad de supervivientes del atentado de Bataclan, aunque su relato esconde varias mentiras…
🈲 #palabrasquemolan
Tegumento
El tegumento es la cubierta o envoltura que protege un organismo, órgano o estructura.
En biología y anatomía, se usa para referirse a la piel, membranas o capas externas de seres vivos.
Y hasta aquí Escribir para no odiar. ¡Nos leemos el próximo sábado!
«El odio es la cólera de los débiles».