En la serie que estoy viendo, un plano general del salón nos muestra a la protagonista mirando a través de un gran ventanal. La chica se ha servido una copa de vino y se ha dejado un cajón abierto en la cocina. Ha oscurecido y llueve torrencialmente, como si el mundo se fuera a terminar cuando ella apure su copa.
Con buen criterio —la serie es solo regular— el director ha decidido no montar ningún sonido para generar suspense o alguna otra emoción sobre esta escena. Tampoco música. Solo se escucha la lluvia caer.
Suficiente para que el espectador empiece a inquietarse.
Un cajón abierto, la oscuridad de la noche y la lluvia. Yuyu. Desasosiego, al menos. Con qué poquitos recursos. Pero lo cierto es que ahí estamos los y las espectadoras retrepándonos en el sillón, anticipando el miedo.
En mi infancia tuve los miedos normales, los de todos: miedo a la oscuridad, a escuchar ruidos extraños al quedarme solo en casa —que levante la mano quien encendiera la televisión para sentirse acompañado/a—, a los animales que me parecieran feroces —que eran casi todos—, a que les pasara algo a mis padres...
Los dos primeros los resolví más o menos por la vía rápida: terapia de choque. Esperé a quedarme solo en casa, apagué todas las luces y me acurruqué en silencio junto a mi cama, sentado en el suelo, dispuesto a escuchar todos los ruidos fantasmagóricos que surgieran de mi edificio. Hice esto dos o tres veces y... voilá, se acabó el miedo.
Con el miedo a los animales (aparentemente) feroces tuve menos éxito. Una tarde bajé a jugar a la plaza y me dirigí confiado a acariciar a Superman, un dogo argentino que a mí me parecía un elefante. Cometí la imprudencia de acercarme con mi merienda en la mano, así que Superman despreció mis caricias para abalanzarse sobre mí, tirarme al suelo y comerse mi bocata de mantequilla y chocolate.
El último, el de mis padres, no desapareció jamás. Aun ahora, cuando ya no está ninguno de los dos, puedo recrear ese miedo, esa angustia tan infantil, tan natural. De verdad que soy capaz de pulsar todos los receptores neuronales que se activaron en su momento y revivir todas aquellas veces que de niño sentí el miedo a perderlos.
Será que ahora soy padre y no quiero ni imaginármelo. Será que no lo he superado.
Por cierto, la serie la voy a abandonar.
💬 ¿Cuáles son tus miedos? ¿Me lo cuentas en un comentario? 👏🏻
📽 Te recomiendo una serie
Tokyo Vice 2 (Max)
Tokyo Vice: descenso a los bajos fondos de Tokio 🇯🇵
Tengo que reconocer que me encanta esta serie, con periodistas de los 80, mafia japonesa y su poquito de imperialismo yanqui.
Sinopsis:
Jake Adelstein, un joven periodista estadounidense fascinado por Japón, consigue un trabajo en el periódico Yomiuri Shinbun, rompiendo todas las barreras al ser el primer extranjero en lograrlo. Su ambición lo lleva a sumergirse en el sórdido inframundo de Tokio, donde la yakuza, la policía corrupta y los bajos fondos se mezclan en una trama adictiva. A través de sus investigaciones, Jake se enfrenta a una constante lucha por la justicia y la verdad, desafiando las normas culturales y poniendo en riesgo su propia vida.
Anécdota:
Para interpretar su papel, Ansel Elgort se mudó a Tokio durante seis meses y tomó clases intensivas de japonés. Incluso se sometió a un ritual tradicional de iniciación yakuza para comprender mejor la cultura y las tradiciones de este grupo criminal.
🈲 #palabrasquemolan
Limo
«Limo» no solo es sinónimo de barro, sino que también se refiere a un tipo específico de suelo rico en nutrientes y materia orgánica.
Es una tierra oscura y fina, ideal para la agricultura, que se deposita en las orillas de ríos y lagos. 🌾🌿
🍾 Chimpún
¿Sabías que el célebre pintor abstracto Wassily Kandinsky poseía una peculiar (no sé cómo llamarlo) «condición» neurológica llamada sinestesia? Esta cualidad le permitía experimentar una fusión sensorial única que consistía en asociar colores y sonidos. 🎨
Imagina ver el azul y escuchar el suave sonido de una flauta o sentir el rojo vibrante como un potente acorde de trompeta. Para Kandinsky, el mundo era una sinfonía de colores y sonidos entrelazados.
Kandinsky no solo «oía» los colores, sino que también asociaba formas con emociones. Para él, las líneas rectas eran frías y racionales, mientras que las curvas representaban la calidez y la espiritualidad.
📚 Milli Vanilli: difunde la palabra
🤲🏻 Si quieres ayudar a difundir el libro Échale la culpa a Milli Vanilli…
Recomiéndalo en tus redes sociales, a tus colegas y familiares… Cuanto más se hable del libro, mejor. ¡Cítame si lo haces!
Si eres periodista, si tienes un blog, si haces un podcast de vez en cuando, si te gusta hacer un club de lectura en tu localidad y quieres que yo participe de alguna forma en las cosas que haces, no lo dudes.
Puedes contactar conmigo por aquí o por correo electrónico en esta dirección que me he abierto: millivanilli_libro@juanplaza.es
Y si quieres comprarlo:
Por Internet: puedes comprárselo directamente a la editorial la Consentida aquí.
Puedes encargárselo a tu librería, basta que le des los datos principales: Echale la culpa a Milli Vanilli, Juan F. Plaza, editorial La Consentida.
Y hasta aquí Escribir para no odiar. ¡Nos leemos el próximo sábado!
«El odio es la cólera de los débiles».