I. Ha llegado el calor
Esta semana se ha instalado en Sevilla el infierno en la tierra. Ha llegado el calor heavy metal power. Es un calor denso, chicloso, tenaz, sofocante, recurrente.
Descomunal.
Cuando llegué a Sevilla en 2013, lo hice completamente seguro de que se cumpliría el estereotipo sobre los andaluces en general y los sevillanos en particular: son exagerados, ergo… lo del calor no será para tanto. Pues pido perdón por mis prejuicios, porque el calor sí es para tanto. Es un día, y otro día, y otro más. Y no solo eso, es que de noche permanece esa atmósfera espesa, irrespirable, que te obliga a dormir tres meses con la ventana abierta, cuando no con el aire acondicionado funcionando de madrugada.
Hasta que vine a vivir al sur mi experiencia con el calor era otra. Ojo, que en Salamanca (en general en el sur de Castilla y en el norte de Extremadura) también hace un calor horrible durante el verano. Es un calor seco (por eso decimos que muchos lugares son un secarral), que abrasa, sofocante en las horas centrales del día y durante la tarde, con picos de temperatura superiores a los 40 grados.
Pero las noches… en la noche la cosa cambia. Con algunos días excepcionales, las noches suelen dar tregua y la temperatura se modera, incluso a veces hay que taparse para dormir. Hay días que la amplitud térmica es bárbara, de manera que, por ejemplo, en mi ciudad, Salamanca, podemos amanecer un día del mes de agosto a menos de 10 grados y a las cinco de la tarde estar en 37.
Tengo algunos recuerdos de niño en los que el calor no me molestaba. Si cierro los ojos, veo a un Juan de 9 o 10 años que bajaba a la plaza a jugar al fútbol con otros críos sin importarle lo más mínimo la temperatura. Recuerdo también a algunas madres saliendo a los balcones, diciendo fulanito, sube, que te va a dar algo o bajando con botellas de agua fría que compartíamos entre todos a nuestro campo de fútbol improvisado.
Y mi amigo Alberto, al que le dio un golpe de calor —aunque en aquellos años no sabíamos qué era eso— y puso los ojos en blanco, como si fuera a convulsionar, pero no convulsionó, solo se quedó muy quieto, tirado en el suelo, como dormido, y uno de los mayores —quizá un hermano— cogió las riendas del asunto, vació sobre su cabeza una botella de agua y le arreó dos tortas para espabilarlo. «Medicina de campaña» se podría llamar eso.
Antes del verano ardiente se puede disfrutar de algunos días que me encantan. No sé si tienen un nombre, pero me refiero a esos días de temperatura suave que, por contraste con el invierno, te alegran la vida cuando te sientas en una terraza, cierras los ojos y dejas que el sol te caliente la cara.
Ahora que siento el infierno en la tierra echo de menos esos pocos días; quizá el fresquito del invierno.
Aunque hace nada suspiraba por que llegara el calor 🤷🏻♂️.
Somos seres de contradicción.
II. De la inutilidad de la escritura
En algunos números anteriores de este boletín he hablado —cómo no hacerlo— de inteligencia artificial. Es un cóctel raro el que nos estamos bebiendo en estos días con este tema, en el que se mezcla la sensación de inevitabilidad con otras como la incertidumbre, la curiosidad, la esperanza o el miedo.
Si tengo que adscribirme a algún colectivo, diría que soy más tecnófilo que tecnófobo, lo que no quiere decir que sea un entregado acrítico. Y eso que la IA me afecta de lleno: un profe que imparte una asignatura como Comunicación Escrita puede tener en ChatGPT un aliado o un importante escollo para desarrollar su labor con «normalidad».
He leído esta semana una columna de mi admirado Fernando Iwasaki en la que hablaba precisamente de esto. Alertaba Fernando de los peligros de la ignorancia, en el sentido de que puede instalarse la idea de que «para qué aprender a escribir si ya lo hace todo ChatGPT». Y eso —añado yo— sirve para otras habilidades como sumar o restar, para dibujar o para tocar un instrumento musical.
Iwasaki lo explica —como no podía ser de otra forma— mucho mejor que yo:
«Nunca la ignorancia había encarnado una oportunidad de realización tan accesible y una elección individual más deliberada».
Si empezamos a pensar que aprender a escribir es inútil y que también lo son otras competencias como leer, relacionar, argumentar o adoptar una postura a favor o en contra de algún asunto… ¿para que queda entonces el ser humano?
III. Una palabra y una serie 🤔
Bienvenidos a Edén 2 (Netflix) 📺
Esta serie responde a mi teoría del chóped: sabes que es malo, tampoco tiene un sabor excelso, pero no puedes dejar de comerlo.
🤯 La segunda temporada es una ida de olla todavía mayor que la primera.
Taracea (#palabrasquemolan) 🈲
🏠 «Casa taraceada» es una expresión que se utiliza para describir una casa que tiene en su fachada mosaicos de cerámica o piedra, formando patrones geométricos o figuras.
👁️ Este tipo de decoración se conoce como «taracea», y es típica de la arquitectura árabe y andaluza.
IV. Chimpún 🍾
Todas las cosas respiran y florecen en una rica y fértil atmósfera que distribuye y equilibra la luz, establece la armonía.
Alfred Sisley, pintor impresionista francés.
Sisley se dedicó principalmente a la pintura de paisajes, capturando la belleza y la atmósfera de la naturaleza con pinceladas rápidas y colores vivos. Así, la obra de Sisley se caracteriza por la representación de paisajes fluviales, jardines y pueblos, especialmente los ubicados en las afueras de París.
Aunque soy lego en este tema, lo que más me gusta de este pintor es cómo juega con la luz y sus sutiles cambios de tonalidad en el paisaje.
Tiene varias obras muy conocidas, quizá La rue de La Machine, Louveciennes es la más famosa, pero a mí me gustan mucho sus cuadros en los que aparece la nieve. Por ejemplo, me encanta el de más arriba 👆🏻, titulado Le Givre à Veneux (creo que podría traducirse como «La escarcha en Veneux»).
Y hasta aquí Escribir para no odiar. ¡Nos leemos el próximo sábado!
«El odio es la cólera de los débiles».
El tema del calor es mucho más simple: hay que adaptarse, porque no queda otra, porque siempre ha hecho calor en verano y porque, si acaso, iremos a peor, nunca a mejor.
Además, como dice un buen amigo mío, el calor es malo cuando está "arrebujao" con el trabajo. Fuera de eso, el calor es lo de menos ;) Cuando estamos de vacaciones, en el chiringuito de la playa, con una cerveza fría en la mano, el calor no es importante.
Y, por supuesto, todo depende de la edad: cuando éramos niños, ni el calor ni nada nos detenía.
Enhorabuena por el artículo.
Y sin embargo, yo he logrado, tras años de práctica, hacer del calor una cuestión mental. Es evidente que los cuarenta grados de calor húmedo sofocan a cualquiera, pero la actitud con la que se afronta ofrece resultados diferentes. Están los que miran el termómetro y entran en pánico con ansiedad incluida (mi santa madre y sus “noches toledanas”) y están los que, como yo, (no sé si existirá alguien más) respiran hondo y si hay que sudar se suda y si una noche no se duerme ya se dormirá a la siguiente.
Como casi todo en la vida, una cuestión de actitud.
¡Felicidades por el blog!