Los expertos
☎️ Primero me llama un experto. Luego me llama otro. Y un tercero. Hasta un cuarto. Todos cargados de razón y buenas explicaciones.
«Un experto se pondrá en contacto con usted», me dijo, muy amable, una mujer de la compañía de seguros en la primera llamada.
Antes de eso me había salido un moho negro en el techo del cuarto de baño, justo encima de la ducha. Lo de que es un moho negro nos lo dijo otro experto, uno diferente al primero y también al segundo.
Al comienzo era apenas un punto, como el que dibujas cuando apoyas sin querer el bolígrafo fuera de los márgenes del folio. Luego al lado de ese puntito surgió otro. Y luego otro un poco más gordito. Y otro más. Y cuando nos quisimos dar cuenta, un montón de puntitos negros colonizaban el techo para, un tiempo después, convertirse en manchas oscuras sin límites definidos, como los lunares feos a los que hay que hacer caso y acudir rápido al médico.
El primer experto tardó poco. Un hombre mayor, educado pero con un punto lacónico, que atravesó a grandes zancadas el pasillo, dijo «con permiso», encendió la luz del baño y miró hacia arriba para, luego y sin demasiados aspavientos, asegurar con rotundidad que eso era una filtración.
—Tendrá que avisar al seguro de la comunidad.
—Entonces, ¿usted quién es?
—Yo soy del seguro de la propietaria del piso.
El segundo fue un chaval joven, delgado y nervioso, con manos grandes y dedos largos y huesudos. Quizá corredor de fondo en su tiempo libre, quizá escalador. Este empleó más tiempo que su predecesor. Iluminó la colonia de hongos —aunque él solo habló de humedades— con su linterna, la fotografió desde distintos ángulos, para luego pedirme la llave de la azotea comunitaria que hay justo encima de mi baño. Y allá que fui con él. Se movió con presteza de un lado a otro, acarició la junta de dilatación con su dedo macilento, comprobó los desagües y dijo con la misma rotundidad que el primero: «Pues está claro. El agua de lluvia se filtra desde la terraza al baño».
Un apunte trascendental: vivo en Sevilla, llueve 52 días al año. En Bilbao, 150 días.
Antes de que sucediera la tormenta perfecta (😉 😉), todavía surgió de la nada un tercer experto. Un argentino («no sos vos, soy yo») que dijo con una seguridad pasmosa que la culpa no era de la lluvia, que era de la condensación: el vaho que se produce cuando nos duchamos genera esa humedad en el techo del baño. No llegué a ver nunca a este buen señor, solo escuché su voz de experto por teléfono.
Oh, oh, oh, oh. Amigos, amigas, daos cuenta de la trascendencia de esto. CONDENSACIÓN. Eso desplaza la culpa del cielo sevillano a… ¡tachán!, nosotros, que tenemos la manía de ducharnos con agua caliente.
El caso es que pasaron los meses sin que cayera una gota de lluvia más, hasta que el otoño llegó y las nubes descargaron para dar de comer a nuestros hongos. Nuevas llamadas a la propietaria, al presidente de la comunidad, a la administradora… solo faltó el secretario general de la ONU.
El cuarto y último experto acudió con refuerzos: el presidente de la comunidad de vecinos, un tipo grande con buenos modales y con pocas ganas de que el problema fuera comunitario. Este último experto venía a instancia de parte. Suavón en su verbo, vestido con un polito con el cuello subido, hipnotizador de ignorantes como yo en cuestiones de bricolaje del hogar, parecía de todo menos un currito que se gana el pan con el sudor de su frente.
—Y usted quién es ahora —le dije con un cierto mosqueo cuando abrí la puerta de casa.
—Vengo a ver su baño.
—Ya lo ha visto media ciudad, señor —le respondí.
Os ahorro los detalles, pero lo vio, subió a la terraza, midió científicamente (a zancadas) el espacio entre el desagüe y la parte que coincide justo encima del techo de mi baño para concluir que, efectivamente, no era la lluvia sino la condensación. Y justo a continuación, añadió:
—Soy un experto en humedades.
Después de eso pasaron varias semanas sin noticias de nadie, así que tomamos la determinación de asesinar a lejía fría a los hongos, hartos como estábamos de que se apropiaran de cada vez más espacio en nuestro baño.
En vez de puntos negros ahora hay una gran mancha amarilla.
Estos días ha vuelto a llover. Lo ha hecho como sucede todo en Sevilla: a lo bestia. El calor, a lo bestia; la Feria, a lo bestia; la Semana Santa, a lo bestia; el fútbol, a lo bestia; la lluvia… pues eso, a lo bestia. Ha llovido poco, pero con intensidad, y no sé si serán mis ojos miopes, pero juraría que allá al fondo, en una esquina del techo del cuarto de baño, ha salido una motita negra.
Esperaré a la próxima tormenta para llamar a un experto.
(Re)Construir la historia familiar (parte II)
España, entre 1780 y 1790.
Eran los últimos años de reinado de un buen rey (Carlos III) y los primeros de uno muy malo, Carlos IV, padre de otro que fue fatídico, Fernando VII. España era aliada de Francia y estaba en guerra con Gran Bretaña. Poco después, España fue invadida por la que hasta ese momento era su aliada, Francia.
La crisis social y económica era enorme.
En esos años un hombre que había nacido en la (preciosísima) localidad cacereña de Guadalupe recorre los casi 400 kilómetros que la separan de la comarca de Sayago, en Zamora. Se llamaba Juan Plaza Sánchez. Quizá Juan José (su segundo nombre aparece en unos documentos sí y en otros no).
Este Juan Plaza de finales del siglo XVIII llegó a Zamora para hacerse cargo como montaraz de una finca, la dehesa de la Albañeza, propiedad de una orden religiosa muy poderosa en su tiempo, hoy casi desaparecida: los Jerónimos.
Por cierto, los Jerónimos y, supongo, mi antepasado, consiguieron que esa finca fuera durante mucho tiempo un modelo de explotación ganadera y también un ejemplo poco habitual en el trato a todos los trabajadores y trabajadoras que allí sirvieron. Pero eso es otro tema.
Justo un siglo después, un bisnieto de este Juan Plaza primigenio se estableció en Salamanca y a partir de ahí... bueno, a partir de ahí llegaron mi bisabuelo, mi abuelo, mi padre y yo.
🎯 ¿Cómo he conseguido toda esta información?
Rastrear las huellas de varias generaciones no es cosa fácil. Depende bastante de la suerte. A veces te topas con que documentos esenciales están desaparecidos o en mal estado.
El comienzo más sencillo es el Registro Civil, como ya expliqué, y después todos los registros eclesiásticos. Los libros de bautismo, matrimonio y defunción suelen aportar información interesante de una persona en concreto, pero también de sus padres y, a veces, de sus abuelos. De ahí se puede tirar de un hilo que te va llevando más y más lejos.
En esos libros puedes ir triangulando nombres y fechas, y de ahí tirar del hilo de tu historia familiar hacia atrás. ¿Cómo consultar los registros eclesiásticos? Pues depende. Estos son algunos consejos:
Identifica la diócesis que buscas. Dependiendo del lugar en el que naciera (o se casara o muriera) el familiar que quieres encontrar en los registros eclesiásticos, le corresponde una diócesis u otra. Ojo, con el tiempo han ido cambiando las asignaciones de lugares y diócesis.
Averigua dónde están los libros que quieres consultar. En el caso de España, la mayoría de las parroquias han enviado sus libros de bautismo, matrimonio o defunción (y otros) a los archivos diocesanos. Esto quiere decir que aquellos libros de hace más de 50 o 60 años para atrás ya no están en pueblos y ciudades desperdigados por el territorio español, sino todos juntitos y normalmente bien archivados en un archivo diocesano.
Establece contacto. La mayoría de los archivos tienen acceso público y un horario. Consúltalo antes de ir. Si el material que buscas todavía está en una parroquia, es recomendable establecer contacto con el párroco o la oficina de archivos parroquiales y explicarles lo que se quiere encontrar.
Realiza la consulta y añade lo que encuentres a tus registros. Una vez que se ha obtenido acceso a los archivos, se pueden revisar los registros pertinentes. Puedes solicitar copias de los documentos que sean relevantes para tu investigación genealógica. Algunas parroquias permiten la toma de fotografías o proporcionan copias digitales de los registros.
Una palabra y una serie 🤔
Ted Lasso 3 (Apple TV+) 📺
Es una de las series del momento. No acabo de entender cómo me he podido enganchar, pero lo he hecho. La serie tiene mil agujeros (sobre todo si te gusta el fútbol), pero te enamoras de sus personajes.
SINOPSIS (SENSACINE): Ted Lasso es un entrenador de fútbol americano que prepara a deportistas en la Universidad de Kansas. Pero su vida cambia cuando de un día para otro le contratan para hacerse cargo del entrenamiento de un equipo de fútbol inglés. Cabe destacar que Ted no tiene experiencia alguna en fútbol.
Tropero (#palabrasquemolan) 🈲
Dice Borges que se produjo un «altercado con unos troperos».
«Tropero» es, especialmente en el sur de América, una persona que se dedica al comercio y la conducción de animales, especialmente de ganado.
Chimpún 🍾
Esta semana me ha aparecido en Facebook (sí, sigo teniendo Facebook 😥) una entrada de la famosa página Yo fui a la EGB. En ella aparecía la fotografía que incluyo aquí (ya me perdonarán) que corresponde a una de las meriendas típicas de los niños de los 80: pan con mantequilla.
Recuerdo también otras meriendas:
Pan con chocolate.
Bocata de sardinas de lata.
Bocata de chorizo o salchichón.
Bocata de mortadela.
🫢 Como veis, al carajo el realfood.
👉🏻 ¿Cuáles eran las meriendas de tu infancia? ¿Me lo cuentas en los comentarios?
Y hasta aquí Escribir para no odiar. ¡Nos leemos el próximo sábado!
«El odio es la cólera de los débiles».
Los expertos son como los médicos (en el argot popular, claro): uno, cura; dos, dudan; tres, matan. Con cuatro expertos lo único que puedes conseguir es lo que has conseguido: nada. Eso sí, no creas que eres el único al que pasan estas cosas; somo miles. Enhorabuena por el artículo! Un cordial saludo